Crónica sin héroes by Guillermo Ariel Ramón Carrizo
autor:Guillermo Ariel Ramón Carrizo [Carrizo, Guillermo Ariel Ramón]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1975-03-01T00:00:00+00:00
21
Hay alarma en las ciudades vecinas por el exceso de refugiados. Los habitantes de las ciudades temen que los refugiados de la capital consuman la comida que ellos han ganado con el propio esfuerzo, que les quiten el trabajo que ellos han conseguido a costa de paciencia sin lÃmites y de luchas incesantes, y vengan a molestarlos en sus propias casas, ahora que ya no tienen motivos de orgullo, los que cuando las cosas les iban bien jamás pensaban en los otros y se limitaban a despreciar a todos los no capitalinos.
También los que son más hospitalarios y no albergan pensamientos egoÃstas están preocupados por el elevado número de refugiados que todavÃa están en marcha y que las ciudades que los acojan no podrán alimentar ni ocupar, simplemente por falta de recursos. Todas las inquietudes, de uno u otro bando, han llegado al Gobierno. A la mañana de ese dÃa se decide que no se permitirá el ingreso de nuevas personas a las ciudades vecinas.
Los que están avanzando a través del campo deberán ser retenidos y concentrados provisionalmente en colonias.
Obdulio y su madre están sentados sobre sus pertenencias, al costado de una ruta intransitable para vehÃculos. La mujer del italiano y su hija están sentadas junto a ellos, y comen desganadamente trozos de pan endurecido; la madre sin ganas porque se siente enferma y la hija porque ha conservado en sus bolsillos muchas golosinas y éstas quitan el hambre.
Algunas de las personas que avanzaban en las filas, como Asunción, arguyeron que no se dirigÃan a ninguna ciudad, sino a pueblos muy pequeños, donde tenÃan parientes. Los primeros que emplearon tales argumentos y recordaron efectivamente nombres de pueblos o de propietarios de casas o establecimientos, tuvieron éxito y los guardias les permitieron continuar. Asunción pensaba, en realidad, pedir que la albergaran en alguna granja, y aunque no tenÃa parientes ni nadie la conocÃa, estaba segura de que, si no ella, el perro despertarÃa la compasión de alguien.
El italiano fue uno de los que habló cuando ya era tarde y los oficiales habÃan decidido no aceptar ningún argumento más. Tampoco le valió insistir en la enfermedad de su esposa. Los oficiales le señalaron que, si la mujer estaba enferma, mejor iba a sentarle quedarse quieta.
Otra vez ha llegado tarde el italiano. Una nueva causa para reprocharse y para desesperar.
Los oficiales meditan sobre medidas a tomar, porque las órdenes que han recibido son aún ambiguas y saben que hay demasiadas personas y que va a ser difÃcil retenerlas. De todos modos, piensan algunos, las armas están de su lado y eso es lo que importa. Pero siempre es mejor no crearse problemas inútiles.
Sin embargo, mientras los otros preparan preventivamente las armas, un teniente joven y de bigote fino, un hombre que se cree hermoso y elocuente y envidiado por sus colegas, se dispone a hablar a las personas que han detenido, para tranquilizarlas.
Mientras los guardias apuntan, el teniente comienza a hablar. Tiene una buena voz, segura pero capaz de demostrar emociones. Dice que
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